Una de las grandes lecciones que aprendí tras mi experiencia Fulbright, donde pude conversar con intelectuales de prácticamente todos los países, es que las políticas deben ser hechas a la medida para cada nación.
Si bien hay ideas muy buenas que pueden copiarse y adaptarse, en general cada país tiene sus propias realidades y dificultades.
Por ejemplo, el profesor y premio Nobel Eugene Fama explicó en una oportunidad lo imposible de comparar la realidad de Noruega -donde la población es de aproximadamente 5 millones, toda muy homogénea en términos socioeconómicos- con la de Estados Unidos -donde más de 300 millones viven en las más diversas condiciones.
En igual sentido, me marcó profundamente el escuchar al profesor Xixin Wang, juez de la Corte Suprema de China, explicar cómo se podía organizar un sistema de justicia para más de 1.400 millones de habitantes, con realidades múltiples en cada provincia. Ello resulta incomparable a la administración de justicia que necesita un país como Chile, con sólo 17 millones.
Si bien hay ideas muy buenas que pueden copiarse y adaptarse, en general cada país tiene sus propias realidades y dificultades.
Por ejemplo, el profesor y premio Nobel Eugene Fama explicó en una oportunidad lo imposible de comparar la realidad de Noruega -donde la población es de aproximadamente 5 millones, toda muy homogénea en términos socioeconómicos- con la de Estados Unidos -donde más de 300 millones viven en las más diversas condiciones.
En igual sentido, me marcó profundamente el escuchar al profesor Xixin Wang, juez de la Corte Suprema de China, explicar cómo se podía organizar un sistema de justicia para más de 1.400 millones de habitantes, con realidades múltiples en cada provincia. Ello resulta incomparable a la administración de justicia que necesita un país como Chile, con sólo 17 millones.
